Atacama y el desafío de cultivar viñas donde no llueve
Cuando se piensa en vino chileno, solemos imaginar los fértiles valles del centro del país: el Maipo, el Colchagua o el Casablanca. Sin embargo, existe una región aún más extrema donde también florece la viticultura: el desierto de Atacama, uno de los más áridos del planeta. Contra todo pronóstico, en medio de suelos salinos, nieblas costeras y escasas lluvias, Chile está produciendo vino en el desierto. Y lo está haciendo bien.
Atacama: una región vitivinícola oficial
La Región Vitícola de Atacama está reconocida oficialmente por el Ministerio de Agricultura de Chile. Comprende principalmente los valles de Copiapó y Huasco, que han comenzado a ganar notoriedad por sus vinos de carácter único. Si bien la superficie cultivada es pequeña en comparación a otras regiones (solo un 6% de las uvas se destinan a vino, el resto a mesa y pisco), la apuesta por esta viticultura extrema está dando frutos.
Un terroir de extremos: niebla, sal y resiliencia
El Valle del Huasco se ubica en pleno desierto, con precipitaciones anuales por debajo de los 20 mm. A pesar de ello, la camanchaca (la niebla costera del Pacífico) proporciona humedad suficiente para sostener la vida de las vides. Esto, sumado a la salinidad del suelo, genera un terroir radicalmente distinto: vinos con alta mineralidad, salinidad y tensión ácida.
Una de las viñas pioneras es Ventisquero, que elabora su línea Tara Atacama en esta zona. El proyecto comenzó con una tasa de mortalidad altísima de las vides plantadas —solo el 2% sobrevivió—, lo que no impidió que sus vinos alcanzaran reconocimiento por su identidad salvaje, salina y desafiante. En Winefluencer, califican a Tara como “un vino sin maquillaje”, nacido de un entorno inhóspito, puro y honesto.
El Valle de Elqui y otras apuestas en el norte
Otra zona con tradición vitivinícola desértica es el Valle de Elqui, en el límite sur del desierto de Atacama. Allí, desde la década de 1990, se cultivan vides en alturas que superan los 1.000 metros sobre el nivel del mar, con una insolación brutal y noches frescas. Esta amplitud térmica favorece la maduración lenta y equilibrada de las uvas.
Más al norte, se han iniciado proyectos en el Valle de Copiapó, donde se estudia el potencial de este terroir para vinos blancos aromáticos y rosados con perfil salino, según Winediplomats.
¿Qué vinos salen del desierto?
Los vinos de Atacama no son convencionales. Destacan por su:
- Alta acidez natural, producto del clima fresco y seco.
- Notas salinas y minerales, propias de los suelos con alto contenido de sales.
- Baja intervención, en muchos casos elaborados sin filtrado ni aditivos, permitiendo que el terroir se exprese.
El resultado: vinos blancos como Chardonnay y Sauvignon Blanc con carácter, y también Pinot Noir y Syrah con perfiles muy diferentes a los del resto del país.
Un nuevo capítulo en la historia del vino chileno
La producción vitivinícola en el desierto demuestra que Chile no se conforma con lo establecido. Desde los fértiles valles centrales hasta las alturas del norte seco, la innovación y la resiliencia se combinan para llevar el vino chileno a nuevos territorios.
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¡Qué interesante leer sobre estos vinos del desierto! Me sorprendió cómo la adversidad crea tan especiales vinos como el Tara Atacama. La idea de un vino sin maquillaje, nacido de un lugar inhóspito, es fascinante. ¡Definitivamente tengo ganas de probar alguno!